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Hace dos meses, Gabriel de 85 años, me preguntó por mi hija mayor. Se acordaba que ella empezó sala de 3, justo cuando lo atendí por primera vez.  No pude disimular mi orgullo al decirle que es médica y que está haciendo la residencia, de clínica – no de cardio – porque se ve que quiere ser buena médica.

Juntos pasamos con Gaby, así lo llamo yo, su hipertensión de difícil control, su stent carotídeo y su prótesis endovascular en la aorta abdominal, por ese pícaro aneurisma que casi me lo roba para el otro lado. Claro que hace muchos años dejé de ser su cardiólogo y soy su “médico de cabecera”. Siempre me recuerda que prefiere tener uno y malo a tener muchos y buenos.

Pero también pasamos juntos la alegría de sus nuevos nietos, las angustias por las dificultades laborales de su hijo, las penurias de la enfermedad neurológica de su señora y los triunfos y campeonatos de Ñuls, lepra compartida con este galeno, club del que es vitalicio y al que acude fin de semana por medio, aunque las escaleras de cemento no le son amigables a sus rodillas. No voy a negar la preocupación -que también compartimos- por los malos momentos futbolísticos que atravesó el once del Parque.

Y también me tocó asistirlo cuando se instaló su fibrilación auricular y debí convencerlo de la necesidad de tomar el anticoagulante, a pesar que le insumía un buen porcentaje de su jubilación. Entre tangos y boleros tarareados en mi consultorio, con un gesto cómplice de mi parte, para que baje el volumen de su poderoso vozarrón, me confesó su nostalgiosa sensación de que -en vez de viajante- debería hacer sido cantante de tangos.  Y recuerdo cuando -entre lágrimas- me confesó que después de 56 años de matrimonio, seguía perdidamente enamorado de su esposa, aún cuando ocasiones de abrevar en otras fuentes no le faltaron, vista su postura galanteril y su porte masculino, con 1 metro ochenta y dos. Hablamos mucho de Dios y de como él le agradece por una vida tan plena de sentido y tan feliz. Siempre me hace hincapié que el ya está listo para su viaje y le contesto, como una letanía de disco rayado: todavía tendrás cosas que hacer de este lado.

Es así que en 22 años fuimos envejeciendo juntos. Yo hice lo que pude con su salud y el me abrió el corazón y yo el mío. Vió el preocupante aumento de mi cintura y la necesidad de 1,75 dioptrias en cada ojo.  Me vió cansado, alegre, preocupado y exultante. Me vió ser humano.

Eso es la medicina, el cruce de dos vidas, una vertida en la otra, para avanzar juntos por el tiempo que sea.   Es el encuentro de dos personas, de dos intimidades, de dos corazones.

Cuando se llega a cierta edad, uno se da cuenta que la evidencia es importante y el estudio afanoso y sostenido es útil. Pero más toma conciencia que eso no vale nada, al lado de la experiencia de sentirse acompañando la vida de otro, sosteniendo, apoyando.  Me causa risa cuando se afirma que el mejor tratamiento de la hipertensión es una droga y otra. Al comienzo de la atención médica puede ser una y luego de unos años, será otra, con criterio variable y actualizado según el devenir de la vida del paciente y de la propia formación. ¿Guías o personalizada? Siempre con las guías leídas, entender que enfrente hay un otro.

Por eso te invito hoy a que tomemos conciencia que eso son las historias clínicas: historia de vida, que no toma una foto, sino la película de la vida del paciente, corriendo a la par de la nuestra. Esa conciencia de temporalidad compartida nos hará más humanos, más cercanos.

Podemos tener la superioridad accidental de nuestra formación médica, pero la clave del éxito en nuestra tarea profesional es poner el corazón a disposición del doliente, del que sufre, y si es necesario, ponerlo en el piso para que pise blandito.  No hay otro camino que el de animarse a construir una afectividad común, en el que el límite de la condición de médico y de amigo desdibujan sus bordes geográficos.

Ya sé que el sistema es frío, impersonal, materialista, frívolo y malsano. Esa es la lucha verdadera: sobreponerse a todo y seguir siendo persona y haciendo persona al paciente, en medio de la borrasca.

Cuando pensamos en actos médicos puntuales, demasiadas veces nos perdemos que detrás de ese hecho concreto, hay un ser humano, una familia, afectos y dolores, que construyen una telaraña sutil que finalmente, son la vida misma.

Te invito hoy a renovar el entusiasmo, a no decaer, a no dejarte vencer por los predicadores fácticos de la medianía, de la mediocridad, de la asepsia afectiva y del desinterés emocional por el otro.  El mundo está demasiado frío y quizás, debajo de ese guardapolvo, de esa chaquetilla, de ese ambo, quede un rescoldo que suba la temperatura de tu ambiente. Creo que vale la pena hacer el intento.

Dr. Diego Nannini
Presidente
Sociedad de Cardiología de Rosario
Editorial mayo 2020